lunes, 29 de agosto de 2016

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Magnus Carlsen: víctima de acoso, millonario, madridista... y rey mundial del ajedrez



Oslo es el ansiolítico de las celebrities. Una ciudad en la que el noruego más famoso del mundo, elegido como una de las 100 personalidades más influyentes por la revista Time, pasa inadvertido en su propio edificio. La recepcionista de este bloque de oficinas, situado a pocos metros del Palacio Real, no conoce a Magnus Carlsen (Tønsberg, 1990). Me pide que le indique en qué empresa trabaja. Cuando le digo que la entrevista es en Play Magnus, muestra una sonrisa de escayola y señala el ascensor. Planta 6.
El encuentro con el campeón mundial de ajedrez no es en un tiempo muerto de un torneo ni en un acto publicitario, sino en su empresa. Algo excepcional. Un escenario que exige distinguir entre dos Magnus que a menudo se solapan: el hombre (prácticamente desconocido) y la marca (global y millonaria). Hielo y fuego. El primero es celoso de su vida privada, víctima de acoso escolar en su niñez y un genio que prepara la cita de noviembre, en la que defenderá su título en Nueva York ante Serguéi Kariakin, la gran esperanza de Rusia para recuperar su hegemonía en el ajedrez. El noruego es el favorito. Las casas de apuestas solamente pagan su victoria final a 1,14 por euro apostado. El segundo Carlsen es una máquina de hacer dinero que ha despertado el interés de fondos de capital riesgo de Silicon Valley y Wall Street. Su empresa, Play Magnus, que se dedica a la promoción del ajedrez, está valorada en 15 millones de euros.
No ha llegado a la oficina. Uno de sus empleados me pide que espere en una sala de reuniones con una gran mesa de abedul. Carlsen hoy protagoniza videojuegos, sale en camisetas y desfila por palcos de estadios y pasarelas de moda. Entre su lista de patrocinadores hay una empresa tecnológica, un bufete de abogados y un banco de inversión. Todos quieren asociarse con la representación anatómica de la inteligencia. Incluso una línea aérea ofrece a sus clientes VIP la posibilidad de cenar con él.
Cuando por fin el campeón entra en la sala, exclama: «¿No hace mucho frío aquí?».Y se marcha en busca del termostato. Espero 10 minutos más. El hombre de hielo es friolero.
Carlsen es el Justin Bieber del ajedrez: precoz, rubio y de ceño fruncido, con un cociente intelectual de 186 (desconozco el de Bieber). Hablamos de la primera supernova desde los años 80 nacida en Occidente, cuando Karpov y Kaspárov convirtieron sus enfrentamientos en la rivalidad más longeva y caníbal de la historia del deporte. Un vikingo (por noruego y madridista) en mangas de camisa y con smartphone último modelo que a los 13 años era Gran Maestro -título vitalicio de la máxima excelencia ajedrecística- y a los 19, número 1 del mundo.
Durante toda la conversación se esfuerza en recalcar que su vida es normal, miente, y que él es normal, lo que tampoco es cierto. Detrás de esa pose de trivialidad hay una mente extraordinaria entrenada con muchas horas de estudio. «Es habitual que muchos ajedrecistas se aíslen ante un reto así, yo no quiero hacerlo», dice cuando le pregunto sobre la preparación de su duelo con Kariakin, que se resolverá al mejor de 12 partidas. -Y añade: «La soledad desgasta demasiado». El miedo al yo. Aquél que experimentó siendo un adolescente taciturno.
«Magnus era un chico sensible, que tuvo algunos problemas en el colegio. Le costó integrarse». Fue víctima de su propio universo, donde se sabía de memoria desde que tenía 4 años los 436 municipios de Noruega y las banderas y capitales de todos los países de la ONU. Alguien extraño a ojos de los otros niños que metabolizaron su asombro en crueldad. Esto me lo cuentaSimen Agdestein, su primer entrenador, con el que charlo en un café de la plaza principal de Drammen, una pequeña ciudad a 50 kilómetros de Oslo. Aquel episodio de bullying seguramente estimuló su búsqueda de un refugio en la paz guerrera de las 64 casillas del tablero.


Simen, de 50 años, es el pedagogo que introdujo a Carlsen en una dimensión superior del juego más complejo ideado por el ser humano. «No he visto a nadie aprender tan rápido», recuerda. Tanto como para que Carlsen dejara los estudios de secundaria para hacerse jugador profesional. Agdestein tiene uno de los currículos más fascinantes que he visto nunca: futbolista internacional por Noruega, campeón nacional de ajedrez y recientemente ganador de la versión de su país del programa televisivo Mira quien bailaHoy maestro y pupilo apenas tienen relación.
Carlsen no es tímido como se dice. Sí de inicio, desconfiado, a pesar de que vive bajo los focos desde que era un niño prodigio. Es cierto que en contadas ocasiones pierde los papeles, como sucedió en el reciente Torneo de maestros de Bilbao. Son fogonazos de mala leche que acaban con una chaqueta tirada contra el suelo cuando un error le priva de la victoria, si bien se consumen rápidamente. Por lo general, su comportamiento es exquisito. Con la prensa es un profesional. Lo que no impide que reconozca su malestar cuando se publican noticias sobre su vida personal, y eso que los medios noruegos, salvo algún tabloide carnívoro, son bastante respetuosos.
Si algo tiene este chico de 25 años es carácter, aunque a veces de la impresión falsa de ser como el elefante de Kipling, que no era consciente de su propia fuerza. Siendo el número 1 del ranking de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) más joven de la historia (19) sorprendió al mundo negándose a participar en el Torneo de Candidatos de 2010 que iba a dilucidar el aspirante que retaría al campeón mundial por aquel entonces, el indioViswanathan Anand. Alegó en una polémica carta que no consideraba justo un sistema que beneficiaba claramente al dueño del título. Sin embargo, Carlsen no podía rebelarse contra su destino y tres años después participó. Y ganó. La corona inmortal de Capablanca, de su admirado Bobby Fischer y Kaspárov era suya. Y es que Carlsen eleva a categoría estética la paciencia, mientras devora récords y rivales.
«Mi vida cotidiana es como la de un artista. Me gusta dormir entre 11 y 12 horas. Trabajo cuando estoy inspirado. No me impongo un horario fijo. No me gusta tener obligaciones». Expone con tranquilidad su ruta vital. Con esa relajación anarcoide no es de extrañar que su relación profesional con Gari Kaspárovsaltara por los aires a los pocos meses de trabajar juntos. El Ogro de Bakú conoció a Carlsen cuando éste tenía 13 años. Quedó impresionado. Y eso es mucho tratándose de alguien con la autoestima de Kaspárov, rey indiscutible de 1985 a 2000. Finalmente, tras un largo seguimiento, se convirtió en su entrenador. Hasta el momento nunca se ha producido una alianza tan poderosa en los 15 siglos de historia del ajedrez. Una unión que duró apenas un año.«Teníamos una meta común y también muchas discrepancias», confiesa Carlsen. Kaspárov es agresivo y espectacular tanto en la vida como en el tablero, mientras que Magnus es su némesis: un superdotado intuitivo que se niega a estar pensando 24 horas al día en aperturas y sacrificios.

¿Mantienes relación con Kaspárov?
Nos llevamos bien porque no hablamos demasiado.


Por su tono con Carlsen no hay tablas (el empate en ajedrez). Se comporta como en Play Magnus, el videojuego desarrollado en la oficina donde nos encontramos. Una app de móvil que se descarga en más de 200 países y te permite jugar con el campeón desde que es un niño de cuatro años. A medida que vas pasando niveles, Carlsen va creciendo. La versión cibernética sólo juega a ganar y no fuerza el armisticio aunque vaya a ser derrotada.
Magnus reconoce que una vez perdió contra su yo virtual de 10 años.
¿Cuando conviviste con Kaspárov te habló de su enfrentamiento con Vladimir Putin y de su experiencia en la cárcel?
No. Sólo de ajedrez.
Las actuales estrellas del ajedrez sois excesivamente prudentes. Vuestra actitud es similar a la de muchos deportistas españoles, especialmente futbolistas. ¿Por qué hay miedo a expresarse públicamente sobre determinados asuntos?
Por supuesto que tengo mis opiniones políticas, pero hay gente a la que no les van a gustar. O que me criticaría si hablara.
¿No te consideras libre de opinar con tu estatus de campeón?
Hace unos meses hice una broma sobre las elecciones de EEUU, comenté que me gustaba el estilo Trump, que ese tipo me resulta gracioso, quizás porque es incapaz de razonar con argumentos o es ingenioso poniéndole nombres a las cosas. Al día siguiente los titulares de los periódicos eran «Carlsen apoya a Trump». En mi país la corrección política domina todo. Deberíamos ser más abiertos. Por eso es mejor estar callado.
La gente no se imagina a Carlsen haciendo un chiste.
Es cierto y eso que me encanta hacer bromas. ¡Aunque me temo que ni mis amigos ni mi familia valoran mi sentido del humor!
Carlsen no es muy hablador, pero si se relaja en una entrevista puede llegar a ser casi simpático. Es como cuando Lubitsch rodó su famosa comediaNinotchka, escrita por Billy Wilder y protagonizada por la hasta entonces siempre hierática Greta Garbo. El eslogan promocional de la película fue Garbo ríe, lo que sorprendió muchísimo al público. Pues esto es lo mismo. Carlsen ríe.
¿Has pasado miedo de verdad delante del tablero?
Sí, varias veces. En mi primera partida por el Campeonato Mundial estaba nervioso. Pero, sobre todo, cuando jugué por primera vez con Kaspárov [dos partidas en Reikiavik que se saldaron con un empate y una victoria del ruso]. Estaba aterrorizado.
 ¡Tenías 13 años y dijiste: 'He jugado como un niño!' Al menos eso cuenta la leyenda.
Asiente y admite que no recuerda si ésas fueron sus palabras exactas. Lo cierto es que fue su presentación oficiosa al mundo, un mocoso había puesto contra las cuerdas al posiblemente mejor jugador de todos los tiempos. El Washington Post le bautizó como el Mozart del ajedrez. Aparte de su precocidad, el ajedrecista tiene algo más en común con el músico austriaco: un padre volcado en su carrera. «Con 4 años Magnus era muy bueno resolviendo rompecabezas y montando estructuras de Lego muy difíciles. Como demostró una enorme capacidad de análisis y visión espacial quise enseñarles a él y a su hermana las reglas del ajedrez para que jugaran juntos. No se les daba bien, así que no insistí. Hasta que de repente, cuando Magnus cumplió los ocho años, su interés se despertó», me explica Henrik Carlsen, que ha accedido a hablar de su hijo para este reportaje.


Henrik es un ingeniero que enseguida advirtió la capacidad portentosa de Magnus y trató de estimularla. A partir de ahí la evolución del niño rozó la ciencia-ficción. Decidió que sus hijos aprendieran otras cosas y les sacó un año de la escuela. Su mujer y él se encargarían de su educación. El campeón del mundo lo recuerda con cariño: «Viajamos toda la familia por Europa, especialmente por Italia y Grecia. Fue una época bonita en la que pasaba el tiempo jugando al ajedrez y viendo monumentos. Íbamos en una furgoneta tan cutre que nunca tuvimos miedo de que nos la robaran».
Fue en esa época cuando el Magic Extremadura, club de ajedrez de Mérida, se fijó en Magnus para liderar su equipo en el Campeonato de España. La oferta no era económicamente importante (2.000 euros), mas Henrik vió que era una buena opción para que Magnus se foguera en una competición de nivel y aceptó. Un viaje por carretera, de Madrid a Mérida y de Mérida a Sanxenxo, Pontevedra (sede del torneo), durante el cual el futuro campeón se iniciaba en el jamón ibérico, mientras Henrik le leía artículos de The Economist como si fuera un cuentacuentos. Sus resultados en la competición no fueron objetivamente muy buenos, pero si se tiene en cuenta los rivales a los que se enfrentó como primer tablero, su actuación fue esperanzadora. Magnus aún tenía 13 años.
¿Cómo te relajas en un torneo cuando no estás compitiendo?
Me gusta jugar con algunos compañeros a diferentes juegos. (Cuáles). Psicológicos y de lógica.
¿No haces nada que no sea un desafío?
Me divierto viendo partidos de la NBA. Aunque tampoco me gusta abusar de la tele. Hay que aprovechar el tiempo.
¿Tienes amigos fuera del ajedrez?
Pocos, la verdad, y los he conocido a través de gente de este mundo. Todo está conectado.
Su camisa entallada muestra que está en muy buena forma. Hombros anchos y una de esas complexiones que exigen disciplina para mantener a raya la barriga polizón que todos llevamos dentro. Apasionado del deporte, juega en un equipo de fútbol y practica esquí de fondo. El gran maestro español Paco Vallejo, que se ha enfrentado con Carlsen en varias ocasiones, lo describe como «un toro, capaz de destrozar a un rival por extenuación». El público entiende la competición de ajedrez como una lucha simplemente intelectual y esta consideración es un error. Varios estudios médicos han demostrado que el sistema nervioso y el cardiovascular sufren mucho en la alta competición. El estrés genera en muchos grandes maestros taquicardias que alcanzan las 145 pulsaciones por minuto y un aumento de la presión arterial de hasta un 30%. En un torneo exigente la condición física es muy importante, porque un ajedrecista puede llegar a perder entre cuatro y ocho kilos de peso.


No sé qué ha hecho Carlsen con el termostato, pero yo he empezado a sudar. La puerta de la sala se abre y entra un joven con dos tableros de ajedrez. Hablan en noruego y el campeón los firma. «Compromisos», me dice.
¿Vas a ver el partido esta noche?
Sí.
Regresa el hielo. En unas horas juega su adorado Real Madrid, equipo del que se enamoró de crío analizando sus estadísticas, como si el Excel visualizara un hat trick o un contraataque letal. Luego vio jugar a Zidane y, claro, su convicción matemática quedó reforzada. Ha hecho dos saques de honor en el Santiago Bernabéu como campeón del mundo.
Recomiéndame algún sitio para ir a verlo.
Es un estúpido intento de ver el partido con él, lo que me genera una enorme curiosidad. Coge mi cuaderno y apunta el nombre y las direcciones de la peña madridista de la ciudad y de un pub irlandés.
Yo lo veré en casa con unos amigos.
Lástima. Me da la mano y nos despedimos.
No sigo sus recomendaciones y el sol que no cesa de Oslo me lleva a un bar con luces de neón, estilo americano, y bebedores que no quieren volver a casa. Comparto televisión con unos inmigrantes senegaleses infinitamente mucho más forofos que yo. Mientras pido una cerveza en la barra, le pregunto a la camarera su opinión sobre Magnus Carlsen.
-Ha hecho que Noruega sea famosa en el mundo, ¿no? Eso es bueno, supongo... Pero a mí me parece un tipo raro.
Raro, no. Diferente.
Gol del Madrid.
Pienso en Carlsen y su celebración. En el lado irracional del hincha que todos llevamos dentro, en el entusiasmo que derrite el hielo.

FUENTE: http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/08/28/57c026c7ca4741c16e8b4583.html








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