Cómo el ajedrez mejora tu inteligencia emocional
Nuestro cerebro es una máquina que cumple a la perfección su cometido principal: mantenernos vivos. Lleva a cabo el control de todos nuestros procesos internos: metabólicos, fisiológicos etc… y, además, permite que mantengamos una relación precisa con nuestro entorno. Recibimos diariamente miles de estímulos que es necesario clasificar para poder gestionarlos adecuadamente. Pero en su evolución de 500 millones de años el cerebro humano no siempre fue igual.
El cerebro humano se ha ido construyendo mediante el solapamiento de capas: el instinto, emoción y razón, conviven dando lugar a lo que somos y explicando cómo nos comportamos. Estos tres componentes evolucionaron en momentos muy diferentes.
El instinto fue el primer cerebro que apareció, a día de hoy lo mantienen en exclusiva los reptiles y los animales inferiores a los reptiles. Permite llevar a cabo las funciones mínimas para poder vivir y reproducirse: respirar, buscar comida, tener sexo, escapar del peligro…. Hace 200 millones de años apareció un cerebro emocional en los primeros mamíferos, un cerebro que se construyó sobre ése primer cerebro. Sirve para reforzar la conducta instintiva y nos permite adaptarnos al medio en el que vivimos de una forma más perfeccionada que si sólo lo hiciéramos mediante el cerebro instintivo. Y, por último, hace unos 65 millones de años apareció el cerebro racional, la corteza cerebral en los primeros primates permitió la capacidad de razonar y tener inteligencia. Estos tres cerebros se coordinan entre sí, los tenemos todos los seres humanos y por ello somos seres con instinto, emoción y razón.
Lo que “debería” suceder es que el cerebro racional primara sobre el resto, se trata del más evolucionado y el que permite dar respuestas a cuestiones más complejas. Pero este portentoso cerebro racional tiene un grave defecto: es lento. Tanto el cerebro instintivo como el emocional son automáticos. Ante un suceso tu cuerpo siente algo rápidamente, sin necesidad de que tengas que pararte a comprenderlo, analizarlo o razonarlo. Por esta razón, si nuestra parte racional no tiene tiempo, la parte emocional o instintiva se acabará imponiendo y determinará nuestra conducta. Por ejemplo, ante un peligro o ante una situación imprevista que sucede rápidamente tu cuerpo responde con una emoción automática y esa emoción prevalece sobre todo lo demás: nuestra supervivencia es demasiado importante como para pararse a pensar y razonar.
En nuestra toma de decisiones intervienen las tres áreas. Es absolutamente imposible tomar decisiones utilizando una única de estas áreas (salvo cerebros enfermos). Lo que sucede cuando tomamos una decisión ante el tablero o fuera de él, es que el cerebro racional proyecta las posibles consecuencias de las distintas opciones y, finalmente, es el cerebro emocional quien toma una u otra opción en función de si nos ofrece emociones más positivas o más negativas. Aquí es donde está la clave de la Inteligencia emocional.
La inteligencia emocional es la forma inteligente de controlar la interacción anterior. Es la capacidad de utilizar la razón para gestionar adecuadamente las emociones. Una emoción no desaparece simplemente queriéndolo. Si estamos enfadados y nos tratamos de convencer mediante la voluntad, esta emoción no va a desaparecer salvo que la sustituyamos “racionalmente” por otra emoción, es decir, yo no puedo dejar de estar triste porque quiera, dejo de estar triste porque racionalmente he comprendido las ventajas de dejar de estarlo y, entonces, aparece una nueva emoción que sustituye a la anterior, que me lleva a dejar de estar triste. Si le damos tiempo, siempre acaba siendo más poderosa la razón que la emoción, pero necesita tiempo, la razón es muy lenta…
Una vez definidos los elementos que conjugan la inteligencia emocional es el momento de explicar cómo el ajedrez puede ayudarnos a mejorarla.
En una partida de ajedrez se suceden de media, entre 40 y 60 decisiones. Estas decisiones se desarrollan en contextos diferentes, fundamentalmente por el factor tiempo. En alguna ocasión me han preguntado qué es lo que aporta el ajedrez, y mi respuesta siempre ha sido la misma: aporta muchas cosas, mejora diversas competencias pero sobre todo nos enseña a controlar nuestra impulsividad y a gestionar adecuadamente nuestras “emociones automáticas”. No puede existir un buen jugador de ajedrez que no haya desarrollado, o no disponga de la capacidad de controlarse emocionalmente. Lo que “nos pide el cuerpo” no siempre es una buena solución.
A través de la repetición y la práctica, se asientan en los jugadores (ya sean niños que aprenden o jugadores de mayor nivel), los hábitos que potencian el trabajo del cerebro racional. El cerebro emocional hace continuamente sugerencias al cerebro racional: propone sensaciones, impresiones, intuiciones, todo ello es muy vago y cuenta con poca profundidad. Si el cerebro racional no “domina” las decisiones que se producen en el tablero solemos encontrarnos ante decisiones de baja calidad. Esto sucede, por ejemplo, en personas que juegan de manera impulsiva o en los apuros de tiempo. Cuando no queda tiempo el cerebro racional no puede “conectarse” y el jugador debe optar por jugar casi en exclusividad basado en sensaciones que duran 1 segundo. El país perfecto para los errores.
Afortunadamente el cerebro racional tiene una cierta capacidad para cambiar esta manera de trabajar y puede programar la memoria para obedecer una orden que anula las respuestas habituales, y el ajedrez es un ejercicio fabuloso para modelar esta interacción.
¡Juega al ajedrez!
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